No todas las personas que experimentan una gran pérdida tienen este despertar, esta división de la forma. Algunas crean inmediatamente una imagen mental fuerte o una forma de PENSAMIENTO en la cual se proyectan como víctimas, ya sea de las circunstancias, de otras personas, de la injusticia del destino, o de Dios.
Esta forma de PENSAMIENTO, junto con las emociones que genera como la ira, el resentimiento, la auto compasión, etcétera, es objeto de una fuerte identificación y toma inmediatamente el lugar de las demás identificaciones destruidas a raíz de la pérdida.
En otras palabras, el ego busca rápidamente otra forma que le sirva para identificarse con ella, y el hecho de que esta nueva forma sea profundamente infeliz no le preocupa demasiado al ego, siempre y cuando le sirva de identidad, buena o mala. En efecto, este nuevo ego será más contraído, más rígido e impenetrable que el antiguo.
La reacción ante una pérdida trágica es siempre resistirse o ceder. Algunas personas se vuelven amargadas y profundamente resentidas; otras se vuelven compasivas, sabias y amorosas.
Ceder implica aceptar internamente lo que es, es abrirse a la vida. La resistencia es una contracción interior, un endurecimiento del cascarón del ego, es cerrarse. Toda acción emprendida desde el estado de resistencia interior (al cual podríamos llamar negatividad) generará más resistencia externa y el universo no brindará su apoyo; la vida no ayudará. El sol no puede penetrar cuando los postigos están cerrados.
Cuando cedemos y nos entregamos, se abre una nueva dimensión de la CONCIENCIA. Si la acción es posible o necesaria, la acción estará en armonía con el TODO y recibirá el apoyo de la inteligencia creadora, la conciencia incondicionada, con la cual nos volvemos uno cuando estamos en un estado de apertura interior. Entonces las circunstancias y las personas ayudan y colaboran, se producen las coincidencias.
Si la acción no es posible, descansamos en la paz y la quietud interior en actitud de entrega; descansamos en Dios.
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