Palabras y etiquetas
Las palabras, ya sean vocalizadas o formuladas en los
pensamientos, pueden ejercer un efecto prácticamente hipnótico sobre la persona. Es fácil perdernos en
ellas.
Nos dejamos llevar por la idea de que el simple hecho de haberle atribuido una palabra a algo
es lo mismo que saber lo que ese algo es. La realidad es que no sabemos lo que ese algo es. Solamente hemos
ocultado el misterio detrás de una etiqueta. Todo aquello que podemos percibir, experimentar o pensar es apenas la capa superficial de la
realidad, menos que la punta de un iceberg.
Debajo de la superficie no solamente todo está conectado entre sí, sino que también está conectado con la
Fuente de la vida de la cual provino. Hasta una piedra, aunque más fácilmente lo harían una flor o un pájaro,
podría mostrarnos el camino de regreso a Dios, a la Fuente, a nuestro propio ser.
Cuando observamos o
sostenemos una flor o un pájaro y le permitimos ser sin imponerle un sustantivo o una etiqueta mental, se
despierta dentro de nosotros una sensación de asombro, de admiración.
Mientras más atentos estamos a atribuir rótulos verbales a las cosas, a las personas o a las situaciones,
más superficial e inerte se hace la realidad y más muertos nos sentimos frente a la realidad, a ese milagro de
la vida que se despliega continuamente en nuestro interior y a nuestro alrededor.
Claro está que las palabras y los pensamientos tienen su propia belleza y debemos utilizarlos, pero ¿es preciso
que nos dejemos aprisionar en ellos?
LA ILUSIÓN DEL SER
La palabra "yo" encierra a la vez el mayor error y la verdad más profunda, dependiendo de la forma como
se utilice. En su uso convencional, es una de las palabras utilizadas más frecuentemente y también es una de las más engañosas. La palabra "yo" encierra el error primordial, una percepción equivocada de lo
que somos, un falso sentido de identidad. Ese es el ego. Esa ilusión del ser se convierte entonces en
la base de todas las demás nociones erradas de la realidad, de todos los
procesos de pensamiento, las interacciones y las relaciones. La realidad se convierte en un reflejo de la
ilusión original.
La buena noticia es que cuando logramos reconocer la ilusión por lo que es, ésta se desvanece. La ilusión
llega a su fin cuando la reconocemos.
Cuando hablamos de "yo" generalmente no nos referimos a lo que somos. Por un acto abrumador de
reduccionismo, la profundidad infinita de lo que somos se confunde con el sonido emitido por las cuerdas
vocales o con el pensamiento del yo que tengamos en nuestra mente y lo que sea con lo cual éste se
identifique.
¿Entonces a qué se refieren normalmente el yo, el mi y lo mío?
Cuando un bebé aprende que un sonido emitido por sus padres
corresponde a su nombre, el niño comienza a asociar la palabra, la cual se convierte en pensamiento en su
mente, con lo que él es. Poco después aprenden la palabra mágica "yo" y la asocian directamente con su nombre, el
cual ya corresponde en su mente a lo que son.
Entonces se producen otros pensamientos que se fusionan con ese pensamiento original del "yo". El paso siguiente son las ideas de lo que es mío para designar aquellas cosas que son parte del yo de alguna manera. Así sucede la identificación con los objetos, lo cual implica atribuir a las cosas (y en últimas a los pensamientos que representan esas cosas) un sentido de ser, derivando así una identidad a partir de ellas. Cuando se daña o me quitan " mi" juguete, me embarga un sufrimiento intenso, no porque el juguete tenga algún valor intrínseco (el niño no tarda en perder interés en él y después será reemplazado por otros juguetes y objetos) sino por la idea de lo " mío" . El juguete se convirtió en parte del sentido del ser, del yo del niño.
Entonces se producen otros pensamientos que se fusionan con ese pensamiento original del "yo". El paso siguiente son las ideas de lo que es mío para designar aquellas cosas que son parte del yo de alguna manera. Así sucede la identificación con los objetos, lo cual implica atribuir a las cosas (y en últimas a los pensamientos que representan esas cosas) un sentido de ser, derivando así una identidad a partir de ellas. Cuando se daña o me quitan " mi" juguete, me embarga un sufrimiento intenso, no porque el juguete tenga algún valor intrínseco (el niño no tarda en perder interés en él y después será reemplazado por otros juguetes y objetos) sino por la idea de lo " mío" . El juguete se convirtió en parte del sentido del ser, del yo del niño.
Sucede lo mismo a medida que crece el niño, el pensamiento original del "yo" atrae a otros pensamientos:
viene la identificación con el género, las pertenencias, la percepción del cuerpo, la nacionalidad, la raza, la
religión, la profesión.
El Yo también se identifica con otras cosas como las funciones (madre, padre, esposo,
esposa, etcétera), el conocimiento adquirido, las opiniones, los gustos y disgustos, y también con las cosas
que me pasaron a "mí" en el pasado, el recuerdo de las cuales son pensamientos que contribuyen a definir
aún más mi sentido del ser como "yo y mi historia".
Esta interpretación mental es a la que normalmente nos
referimos cuando decimos "yo". Para ser más exactos, la mayoría de las veces no somos nosotros quienes
hablamos cuando decimos y pensamos el "Yo", sino algún aspecto de la interpretación mental, del ser
egotista.
La mayoría de las personas continúa identificándose con el torrente incesante de la mente, el pensamiento
compulsivo, principalmente repetitivo y banal. No hay un yo aparte de los procesos de pensamiento y de las
emociones que los acompañan. Eso es lo que significa vivir en la inconsciencia espiritual. Cuando se les dice
que tienen una voz en la cabeza que no calla nunca, preguntan, "¿cuál voz?" o la niegan airadamente,
obviamente con esa voz, desde quien piensa, desde la mente no observada. A esa voz casi podría
considerársela como la entidad que ha tomado posesión de las personas.
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