LA VIOLENCIA Y TENER LA RAZÓN
A nivel colectivo, la idea de que "Tenemos la razón y los otros están equivocados" está arraigada
profundamente en particular en aquellas zonas del mundo donde el conflicto entre las naciones, las razas,
las tribus, las religiones o las ideologías viene desde tiempo atrás, es extremo y endémico. Las dos partes
del conflicto están igualmente identificadas con su propio punto de vista, su propio "relato", es decir,
identificadas con el pensamiento.
Las dos se consideran víctimas y ven en la "otra" la
encarnación del mal. Y como han deshumanizado a la otra parte al considerarla enemiga,
pueden matar e infligir toda clase de violencia recíproca, hasta en contra de los niños, sin sentir su
humanidad y su sufrimiento. Es obvio entonces que el ego, en su aspecto colectivo del "nosotros" contra "ellos" es todavía más
demente que el "yo", el ego individual, si bien el mecanismo es el mismo. La mayor parte de la violencia que
los seres humanos nos hemos infligido a nosotros mismos no ha sido producto de los delincuentes ni de los
locos, sino de los ciudadanos normales y respetables que están al servicio del ego colectivo.
Cuando no los reconocemos como manifestaciones individuales y colectivas de una disfunción de base o de
una enfermedad mental, caemos en el error de personalizarlos. Construimos una identidad conceptual para
un individuo o un grupo y decimos: "Así es como es. Así es como son". Cuando confundimos el ego que
percibimos en otros con su identidad, es porque nuestro propio ego utiliza esta percepción errada para
fortalecerse considerando que tiene la razón y, por ende, es superior, y reaccionando con indignación,
condenación o hasta ira contra el supuesto enemigo.
Todo esto es una fuente de satisfacción enorme para el
ego. Refuerza la sensación de separación entre nosotros y los demás, cuya "diferencia" se amplifica hasta
tal punto que ya no es posible sentir la humanidad común ni la fuente común de la que emana la Vida que
compartimos con todos los seres, nuestra divinidad común.
Los patrones egotistas de los demás contra los cuales reaccionamos con mayor intensidad y los cuales
confundimos con su identidad, tienden a ser los mismos patrones nuestros pero que somos incapaces de
detectar o develar en nosotros. En ese sentido, es mucho lo que podemos aprender de nuestros enemigos.
¿Qué es lo que hay en ellos que más nos molesta y nos enoja? ¿Su egoísmo? ¿Su codicia? ¿Su necesidad de tener el poder y el control? ¿Su deshonestidad, su propensión a la violencia, o cualquier otra cosa?
Todo
aquello que resentimos y rechazamos en otra persona está también en nosotros. Pero no es más que una
forma de ego y, como tal, es completamente impersonal. No tiene nada que ver con la otra persona ni
tampoco con lo que somos. Es solamente si lo confundimos con lo que somos que su observación puede
amenazar nuestro sentido del Ser.
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