Claro está que en este mundo las personas inteligentes cumplen diferentes funciones. No podría ser de
otra manera. En lo que respecta a las habilidades intelectuales o físicas como el conocimiento, las
destrezas, los talentos y los niveles de energía, hay una gran variedad entre los seres humanos.
Lo que
realmente importa no es la función que cumplimos en este mundo, sino si nos identificamos hasta tal punto
con esa función que ella se apodera de nosotros y se convierte en el personaje de un drama que
representamos. Cuando representamos personajes estamos inconscientes. Cuando reconocemos que
estamos representando un personaje, ese simple reconocimiento crea una separación entre nosotros y el
personaje. Es el comienzo de la liberación.
Cuando estamos completamente identificados con un personaje,
confundimos un patrón de comportamiento con nuestra verdadera esencia y nos tomamos muy en serio.
También asignamos inmediatamente otros papeles a los demás para que concuerden con nuestro personaje. Por ejemplo, cuando visitamos a un médico que está completamente identificado con su personaje, no somos para él un ser humano sino un paciente o un caso.
También asignamos inmediatamente otros papeles a los demás para que concuerden con nuestro personaje. Por ejemplo, cuando visitamos a un médico que está completamente identificado con su personaje, no somos para él un ser humano sino un paciente o un caso.
Las funciones que
desempeñan las personas en las organizaciones jerárquicas como las fuerzas armadas, la iglesia, las
entidades gubernamentales o las grandes corporaciones se prestan fácilmente a convertirse en identidades.
Es imposible que haya interacciones humanas auténticas cuando las personas se diluyen en sus personajes.
Podríamos decir que algunos de los papeles predeterminados son los arquetipos sociales. Los siguientes
serían apenas algunos de ellos: el ama de casa de clase media (no tan prevaleciente como antes, pero
todavía generalizado); el macho valiente; la mujer seductora; el artista "inconforme"; una persona "culta" (un
papel bastante común en Europa) que hace gala de su conocimiento de la literatura, las bellas artes y la
música, de la misma manera que otros podrían alardear de un vestido costoso o un automóvil de lujo.
Y está el papel universal del adulto. Cuando representamos ese papel nos tomamos muy en serio tanto a la vida como a nosotros mismos. La espontaneidad, la alegría y la despreocupación definitivamente no caracterizan a ese personaje.
DESDE EL EGO NO HAY RELACIONES VERDADERAS
La forma como nos dirigimos al presidente de la compañía puede tener diferencias sutiles con la forma
como hablamos con el portero. Podemos hablar de manera diferente con un adulto que con un niño. ¿Por
qué? Porque representamos distintos personajes. No somos nosotros mismos ni cuando nos dirigimos al
presidente, o al portero o al niño. Cuando entramos en un almacén para comprar algo, cuando salimos a un
restaurante, al banco, a la oficina de correos, representamos unos papeles sociales predeterminados. Nos convertimos en clientes, y hablamos y actuamos como tales. Y recibimos tratamiento de clientes de parte
del vendedor o del mesero, quien también estará representando su personaje. Hay una serie de patrones de
comportamiento condicionado que entran en juego entre dos seres humanos y determinan la naturaleza de
su interacción. En lugar de que la interacción ocurra entre dos personas, ocurre entre dos imágenes
conceptuales. Mientras más identificadas estén las personas con sus personajes respectivos, más falsa es
su relación. No soy yo quien me relaciono con la persona,
sino que mi idea de lo que soy yo se relaciona con mi idea de lo que es la otra persona. Por consiguiente, no sorprende que las relaciones estén plagadas de conflicto. No hay
una relación verdadera.
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